Era el último superviviente de la subespecie Chelonoidis Abingdoni, la especie de tortugas gigantes que dan nombre al archipiélago ecuatoriano
Ha muerto George, el último superviviente de la subespecie Chelonoidis Abingdoni de tortugas gigantes. Vivía en uno de los barcos de la evolución, viajaba a paso de tortuga, así se mueven las
Islas Galápagos que ahora han perdido a su navegante más emblemático. El barco sobre el que navegaba George se mueve a unos siete centímetros por año en dirección al continente. En las Islas
Galápagos están los volcanes más activos del mundo. Con su frenética actividad son el motor que hace que esa zona de la tierra mantenga esos niveles de revolucionaria actividad para la vida y la
Geología.
Quizás Darwin y George que hasta ayer contaba más de cien años, cruzaron alguna vez sus miradas. En ese tiempo, hasta ayer, las islas recorrieron cerca de un decámetro por la corteza oceánica.
Cuando llevaban recorrido un cuarto de decámetro desde que George vino al mundo, la hipótesis de la evolución, de la que él era un activo intérprete a través de la pluma de Charles Darwin, pasó a
ser la teoría considerada como la explicación primaria del proceso evolutivo. Lo verdaderamente peculiar y trascendental de su muerte es que una especie que estaba condenada a la extinción desde
hace más de cuarenta años, finalmente lo ha hecho, la agonía anunciada; ahora ya solo quedan trece de las diecisiete especies de tortugas gigantes catalogadas.
Desde que nació George pasaron muchas cosas en el mundo, incluso sin saberlo revolucionó la teoría de la deriva continental y la tectónica de placas. Desde postulados estáticos o creacionistas
cuando era pequeño, todo evolucionó a teorías dinámicas, mutables y cambiantes; vivió el siglo XX, el de las guerras mundiales que quizás experimentó, el de la revolución científica y técnica en
la que activamente participó.
Paradojas evolutivas
Cuando esas islas habían recorrido casi medio decámetro desde que nació, alguien descubrió a George. Era 1971, pero hubo que salvarle en 1972, las especies invasoras que se introdujeron para
ganado acabaron con sus familiares, entonces nos dimos cuenta: era el único ejemplar de su especie, nunca pudo tener descendencia con parientes de otras islas, la especie ya no era salvable.
Medio decámetro después, nos ha dejado cuando iba camino de su bebedero, tenía sed, pero ya no llegó a beber. Ha dejado huérfano un pequeño trozo de tierra, pequeño en extensión pero enorme en
significado para nuestra evolución cultural y científica. Las Islas Galápagos, que eran Patrimonio de la Humanidad desde 1978, se llamaban así por la subespecie Chelonoidis Abingdoni.
Paradójicamente ya no están esas tortugas gigantes, ni allí ni en ninguna otra parte, ahora las Islas Galápagos son las islas sin galápagos. Un fiel reflejo de una Naturaleza manipulada por el
ser humano y de un mundo de relaciones estratificadas que nos está tocando vivir a todos los niveles que ya a nadie sorprende, pues es lo normal en nuestros días: se pretende ser lo opuesto de lo
que se es, afirmando reiterativa y machaconamente ser una apariencia. Esta vez la historia ha querido que la mismísima cuna de la ciencia moderna participe en nuestro diabólico juego ¿Será una
prueba de la evolución?
Escribir comentario
Isa (miércoles, 04 julio 2012 18:43)
Interesante artículo. La muerte del solitario George una vez más nos convoca a la reflexión y al compromiso de educarnos y educar a futuras generaciones en el valor a la naturaleza para la defensa y conservación de las especies,y no quedarnos impávidos ante tantas atrocidades que se cometen a diario, en contra de nuestro medio ambiente.
El cambio debe empezar por uno mismo.
Saludos