Pedalear por el paraíso, rodeado de lobos marinos, de tiburones, de cormoranes no voladores, de pingüinos enanos y de tortugas gigantes es una experiencia única e inolvidable. En estas islas maravillosas uno entiende cómo a Darwin se le ocurrió la Teoría de la Evolución.
Texto | Fotos: Jorge Barreno
Evolución, aunque algunos la llamen involución. Galápagos es un archipiélago raro, inesperado, surrealista, a 970 kilómetros al oeste de Ecuador. Naturaleza en estado puro. Pájaros que dejaron de volar porque la buena vida los transformó. Pingüinos despistados que llegaron hasta el trópico y a los que el calorcito hizo enanos. Cactus que crecen como árboles y cuyas espinas se transforman en tronco. Lobos marinos que no temen al ser humano, tiburones de dos metros amigos de los buceadores, pájaros pinzones que chupan sangre, tortugas gigantes que parecen abuelitos arrugados.
La tradición dice que la única forma de visitar este territorio ecuatoriano único es gracias a un carísimo crucero. Falso. Aunque el Gobierno y los lugareños no aboguen por el turismo de mochileo, es posible llegar a Galápagos incluso en bici.
Las especies que llegaron a Galápagos no tuvieron depredadores durante miles de años, razón por la cual los animales no demuestran temor alguno ante la presencia humana. Esto hace de las islas, cada una de ellas diferente, un lugar especial y fascinante, de interés para el científico, para el turista, para el fotógrafo y para el mochilero a lomos de su bicicleta.
Entre nopales e iguanas
Si aterrizamos en Baltra, una isla plana llena de cactus de nopal, de árboles de palo santo, de militares ecuatorianos y de iguanas repobladas, habrá que tomar un transporte público que cruce el Canal de Itabaca en dirección a Puerto Ayora, a unos 45 kilómetros de distancia. El estrecho que separa las islas de Baltra y de Santa Cruz, de 150 metros de ancho, supone el primer contacto con la espectacular vida marina galapagueña.
Si aterrizamos en Baltra, una isla plana llena de cactus de nopal, de árboles de palo santo, de militares ecuatorianos y de iguanas repobladas, habrá que tomar un transporte público que cruce el Canal de Itabaca en dirección a Puerto Ayora, a unos 45 kilómetros de distancia. El estrecho que separa las islas de Baltra y de Santa Cruz, de 150 metros de ancho, supone el primer contacto con la espectacular vida marina galapagueña.
El pedaleo hasta Puerto Ayora es duro. Unos 700 metros de desnivel nos separan de la ciudad más importante del archipiélago, a los que se suman las subidas, el calor tropical y las lluvias ocasionales. Por el camino podemos parar en Los Gemelos, dos cráteres volcánicos de 500 metros de diámetro, y en el túnel de lava de Rancho Primicias, que con casi tres kilómetros de longitud es el segundo más largo de Latinoamérica.
En Puerto Ayona los planes se disparan. No hay tiempo suficiente para hacer todo lo que queremos, estemos cuatro días, dos semanas o tres meses. Hay que visitar la estación científica Charles Darwin, a unos cinco minutos, pasado el cementerio. El centro de investigación es un magnífico lugar donde hacerse una idea de las tres especies más famosas de Galápagos: las iguanas, los pinzones y las tortugas gigantes.
Adiós al 'Solitario George'
La estrella indiscutible del centro de investigación Charles Darwin, y de todo Galápagos, era Solitario George, una tortuga gigante que pudo estar viva durante la visita del científico británico al archipiélago y que murió el pasado 24 de junio. A pesar de que de vez en cuando copulaba con otras tortugas hembra no lograba dejarlas embarazadas, por lo que se prevé que pueda desaparecer otra raza de tortuga gigante más, quedando 10 de las 14 subespecies que hubo.
Con tanta biología es bueno relajarse un poco. Nada mejor que darse un chapuzón en Las Grietas, una poza de agua medio dulce, medio salada, a pocos minutos caminando del centro de Puerto Ayora. El camino entre cactus arbóreos, manglares y playas de arena blanca ameniza el paseo hacia esta espectacular piscina natural escondida en medio de los acantilados. Los atrevidos pueden tirarse al agua desde 12 metros de altura y descargar adrenalina por un buen rato.
Por la mañana es aconsejable acoplarse a un grupo de corredores e ir a ver amanecer a Tortuga Bay, una playa gigantesca de arena coralina donde se desperezan los lobos y donde las tortugas marinas ponen sus huevos. Junto a la playa existe una pequeña cala entre manglares donde es posible nadar con tintoreras, un tipo de tiburón de arrecife, con mantas raya y con cardúmenes de miles de peces.
Su riqueza en vida marina hace de estas islas el mejor destino del mundo para hacer buceo y esnorquel, por lo que, conocido Puerto Ayora, podemos montarnos nuestro itinerario como queramos, con o sin bici. En todas las islas habitadas (Isabela, Floreana y San Cristóbal) alquilan bicicletas.
Floreana, Isabela y San Cristóbal
Floreana es la isla habitada más pequeña del archipiélago, con 700 habitantes. Hasta aquí llegaban los piratas en búsqueda de alimento en forma de tortuga y agua dulce. Los dos sitios más interesantes de la isla son Punta Cormorant, con una playa verde debido a los cristales de olivina, y la Corona del Diablo, la punta de un volcán parcialmente sumergido donde anidan pelícanos, garzas, gaviotas de lava y piquirojos tropicales. En lo alto de la isla hay un criadero de tortugas gigantes y los animales pasean despacito.
Al oeste de Floreana se encuentra Isabela, la isla más grande del archipiélago, formada por cinco volcanes activos, uno de los cuales, el Wolf, es el punto más alto de Galápagos, justo por donde pasa la línea equinoccial. En Tagus Cove, justo frente a Fernandina, los primeros navegantes anclaban sus barcos y dejaban los nombres de sus navíos pintados en las rocas.
En el extremo sureste de la isla, Puerto Villamil es el mejor sitio de Galápagos para observar aves acuáticas. La playa de esta pequeña y tranquila localidad mide más de ocho kilómetros de largo. En un día de mucha afluencia puede haber unas 50 personas tomando el sol junto a decenas de iguanas. El último lugar para recorrer a lomos de nuestra bicicleta es la isla San Cristóbal, al este de Santa Cruz. Posee hermosas playas de conchilla y coral blanco, en cuyas aguas azuladas viven todo tipo de especies marinas. Se caracteriza por presentar picos volcánicos erosionados en la parte norte de la isla y por tener mucha vegetación hacia el sur. En los últimos tiempos se ha hecho famosa por sus grandes olas, que permiten la práctica del surf en el paraíso.
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