Por Nicolás Lopez Peña.
Camarógrafo submarino profesional y periodista.
Llegar a Galápagos es sumergirse en un documental televisivo de flora y fauna donde el protagonista de la aventura eres tú.
Ya cuando aterrizas y pisas tierra sabes que algo va a pasar, que las inmersiones prometen. Y es que ya en el estrecho canal marino que separa la isla de Baltra, donde está el aeropuerto, y la isla principal de Santa Cruz, tuve mi primer encuentro con la fauna local; una inmensa iguana marina tomando el sol plácidamente sobre una baliza náutica, mientras alegremente a su alrededor nadaba una hembra de lobo marino. Si este espectáculo natural era visible desde la ruidosa barcaza que cruzaba de costa a costa, ¿qué no iba a deparar el mar abierto?
Instantes después, mientras contemplaba el paisaje isleño a través de la ventana del autobús, me volví a quedar anonadado con las colosales dimensiones de los distintos tipos de tortugas gigantes que pueblan las isla. Allí estaban en su quietud centenaria, junto a la carretera, tumbadas sobre húmedos prados de las tierras altas de la isla.
Pasear por la lonja de Santa Cruz capital también nos muestra la exhuberancia de aquellas aguas. Barcos pesqueros de reducidas dimensiones, utilizando artes muy rudimentaria, proveen al mercado local de todo tipo de pescado fresco; albacoras, chernas, langostas….Toda las capturas se exponen y se limpian sobre unas amplias mesas de piedras, y se vende al mejor postor. Pero lo curioso resulta contemplar a los pacientes pelícanos o a los lobos marinos, mezclados con las personas, pendientes siempre de recibir un bocado fresco, ya sea por caridad o por picardía.
Pero la confirmación definitiva de lo grandioso del sitio llegó unos días antes de realizar las primeras inmersiones del grupo, dando un largo paseo mañanero por Tortuga Bay. Esta playa es de obligada visita para todos aquellos que vayan a pasar por Puerto Ayora. Los primeros metros del recorrido transcurren entre un bosque de lava petrificada donde se puede contemplar parte de la flora y fauna terrestre característica de la isla. Entre los montículos formados por el magma asoman distintos tipos de cactus, el palo santo, los muyuyos, los algarrobos o manzanillos. Y en cuanto a especies animales lo más habitual es el encuentro con los pequeños lagartos de lava, con sus mandíbulas rojas, o los confiados pinzones de Darwin.
Transcurridos unos centenares de metros, el sinuoso camino termina en una inmensa playa de arena blanca refulgente donde baten las olas del pacífico. En ese mismo
punto, lo normal es cruzarse en el camino con decenas de iguanas que plácidamente toman el sol sobre la arena.
Durante mi paseo también tuve la oportunidad de sentarme a contemplar los juegos de una cría de lobo marino en una de las muchas lagunas que se forman cuando se retira la marea. Pero no era el único; un viejo pelícano observaba parsimonioso las acrobacias del pinnípedo en el agua y su torpeza cuando salía a la arena.
El final del recorrido llega hasta la ensenada Tortuga Bay. En ese enclave el agua se aquieta, protegida por un farallón de roca volcánica, y a ambos lados crecen los
manglares. Es quizás el lugar más adecuado para darse un baño, ya que se está menos expuesto a las duras corrientes oceánicas de la playa principal.
Dada la particularidad del sitio, aguas someras y protegidas por un laberinto de árboles, Tortuga Bay constituye un punto excelente para la observación de distintos tipos de rayas, tortugas y tiburones. Rayas sartén, águila, tiburones de puntas blancas, negras y galapageños, y tortugas verdes , hacen de este lugar su refugio frente a los depredadores de mar abierto. Y se puede disfrutar de ellos con una máscara de buceo y un par de aletas o, si el agua está muy turbia, desde un kayak que se alquila sobre la misma playa.
Recuerdo también la existencia en el margen izquierdo de la playa, de una formación rocosa de escasa altura donde solían agruparse los piqueros de patas azules a otear ese pedacito de mar en busca de presas. El lugar es fácilmente identificable por los restos de deposiciones blancas sobre la roca volcánica.
Con este panorama previo, las inmersiones de aquellos días fueron todo un éxito. En mar abierto volvimos a contemplar muchas de las especies que ya habíamos visto, pero también hubo magníficos encuentros con otros animales.
En las ricas aguas de Galápagos, y con una planificación de varios días de buceo, se puede llegar a observar gran parte de la fauna marina más característica. En aguas abiertas, en zonas de corrientes, pueden aparecer en cualquier momento un grupo numeroso de tiburones martillo. Compartiendo hábitat suele encontrarse la manta gigante. En las “estaciones de limpieza” submarinas suelen hacer cola grandes meros y peces luna que buscan los cuidados de los peces limpiadores. Sobre el fondo marino se arrastran peces murciélago de labios rojos, endémicos de estas islas, y entre las rocas vigilan las morenas. Y nunca, nunca se debe dejar de pegar un vistazo al azul, porque además de colosales bancos de peces, de cientos de individuos, en cualquier momento se recorta en el horizonte la impresionante figura del tiburón ballena.
Como colofón a las aventuras marinas de aquellos días, me vienen a la memoria los múltiples encuentros en los trayectos que hacíamos navegando entre los distintos puntos de buceo. Pero quizás fuese en el retorno entre Gordon´s Rock y Puerto Ayora donde mis ojos y mi memoria recibieron el más grande de los regalos; durante no menos de veinte minutos, y todo alrededor de nuestra pequeña embarcación, se desató un sanguinaria cacería donde un grupo de orcas acosaba a un banco de grandes águilas marinas. Los cetáceos, organizados y metódicos, acorralaban a las mantas hasta darles caza y matarlas. Estas trataban de huir de las encerronas mortales saltando fuera del agua para desorientar a sus perseguidores. Siguiendo la matanza, por mar y cielo, los oportunistas buscando algo de carroña que llevarse a la boca. Puro darwinismo….
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